martes, 7 de junio de 2011

La cosmología medieval distinguía en el universo dos regiones con características bien diferenciadas: la esfera sublunar que contenía las sustancias que están sujetas a la corrupción debido a la contrariedad de las cuatro cualidades frío, calor, sequedad y humedad; y la región celeste, poblada de cuerpos incorruptibles, sin rugosidades, perfectos en su esfericidad y en todos sus atributos.
En la región sublunar, los cuerpos se desplazaban debido a la tendencia que tenían los elementos de que estaban compuestos a ocupar su lugar propio; fuera de éste estaban desplazados, inacabados, apeteciendo su perfección completa, que conseguían al alcanzarlo. El lugar central e inferior era el propio de la tierra, elemento frío y seco; sobre ella se situaba el agua, cuyas cualidades eran la frialdad y la humedad; encima el aire, que era caliente y húmedo; y, por fin, la parte más alta correspondía al fuego, cálido y seco.
En la región celeste, la materia de los cuerpos era distinta; la forma de los cuerpos celestes colmaba totalmente la potencialidad de su materia, por lo que no les quedaba posibilidad de ningún cambio fuera de la rotación circular de las esferas.
                          

Sin los medios tecnológicos que permiten mediciones precisas y variedad de puntos de vista interplanetarios, el modelo astronómico medieval de la región celeste se mantenía muy próximo a las primeras e inmediatas percepciones y apariencias que se dan al mirar al cielo.

Concebían el sistema del mundo como formado por un conjunto de esferas concéntricas y cristalinas, es decir transparentes, en cada una de las cuales se situaba un planeta; la tierra ocupaba el centro, la primera esfera era la de la luna, seguían los planetas con el Sol entre las esferas de Venus y Marte, y todo quedaba encerrado y terminado por la esfera de las estrellas fijas. Los ejes de cada esfera se alojaban en la que la envolvía inmediatamente y se pensaban orientados de manera que los astros, vistos desde la tierra, reproducían con sus movimientos las apariencias de la realidadComo las esferas no tenían que conseguir ninguna forma para su perfeccionamiento, puesto que su materia tenía toda su potencialidad colmada y, además, las rotaciones no tienen propiamente fin, los movimientos celestes no podían obedecer a una forma natural y, por tanto, su causa tenía que atribuirse a las sustancias separadas de la materia, es decir los ángeles, que, por su inteligencia, podía concebir un fin del movimiento y, por su poder, las impulsaban para conseguirlo. El fin era completar el número de los elegidos, ya que, al mover los cielos, provocaban los cambios de las estaciones y todo lo que se requiere en la tierra para la vida de los hombre

                                      

Gracias al triunfo del cristianismo en el s. V., la civilización occidental quedaría libre de muchas supersticiones paganas y se prepararía el camino para el surgimiento de la ciencia moderna. Sin embargo, la nueva religión aún estaba atada al pensamiento antiguo. Cosmología, cosmogonía y dogmas religiosos estaban fuertemente mezclados, de tal manera que no era posible modificar las ideas sobre la naturaleza sin vulnerar el sistema teológico. La Biblia era considerada como receptáculo de una verdad absoluta revelada por Dios en una comunicación directa con los patriarcas, profetas y apóstoles. En el pensamiento antiguo, los dogmas religiosos no solamente dominaban el estudio de la naturaleza, sino que también determinaban la sociedad. Así, cuestionar de cualquier manera la teología oficial implicaba un desafío a la autoridad, un acto de rebelión contra el Estado.
Cuando el cristianismo fue adoptado como religión oficial del imperio, la nueva religión se incorporó en el sistema educativo y las instituciones académicas, de tal manera que llegó un punto cuando el cuerpo de eruditos era cristiano, y todo estudio oficial estaba fundamentado en la dogmática de la iglesia cristiana. Este proceder no es extraño si se considera que para el hombre medieval la verdad absoluta estaba revelada en la Biblia, lo cual tuvo el efecto de fomentar el trabajo de deducción e inferencia basado en la Biblia y el poco interés en los estudios empíricos inductivos. ¿Para qué perder tiempo interrogando a la naturaleza cuando Dios, el creador de todas las cosas, le había comunicado a la humanidad la verdad? Más aún, Dios reveló lo que el hombre necesitaba saber, por lo tanto, ¿no era perder el tiempo irreverentemente buscando otro conocimiento? Todos estos hechos e ideas retrasaron el progreso en los estudios cosmológicos y cosmogónicos durante siglos, en el largo período conocido como la Edad Media. Uno tiende a culpar a la iglesia por este retraso, pero debemos considerar que era natural para los hombres de la edad media tener un pensamiento antiguo. Ellos lo heredaron de los romanos, y es dificil concebir que pudiesen pensar y actuar de otra manera. Así que cuando hablamos de “retraso” lo hacemos en términos de las posibilidades intelectuales y técnicas sin consideraciones culturales.


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